lunes, 15 de marzo de 2021

El 1º de diciembre de 1976.


 

Oklahoma 148 es la dirección de la casa donde pase mi infancia y adolescencia, los textos de esta colaboración tienen que ver con esos años y las reflexiones que hago 40 años después.

Antes se llamaban rumores, hoy pomposamente se les denomina como fake news o por hacerlos más interesantes teorías de conspiración. Lo cierto es que la especulación y la formulación de historias cuyo único objetivo se limita a generar miedo o ganancias para alguien han existido desde que el hombre es hombre. Siempre atraídos por las historias, somos fácil presa de historias que encajan en el crédulo universo que nosotros mismos hemos formulado.

1976 marcó el fin de uno de los sexenios más putrefactos del México de los últimos 50 años y el intento de perpetuarse de uno de los más viles presidentes que ha tenido el país.

En julio de ese año se llevaron a cabo las elecciones para seleccionar al siguiente presidente. El único candidato a presidente en esa farsa que durante sexenios el PRI llamó elecciones fue José López Portillo designado por el dedo flamígero del burócrata asesino que habitaba en Los Pinos. El tapado del presidente resultó electo sin sorpresa para nadie. El único sorprendido sería el propio Echeverría que en menos de un año fue desterrado del país por su sucesor para evitar sus intentos por entrometerse en la política nacional.

Después de seis años de corrupción, represión y decisiones dictatoriales de Echeverría, nada mejor que una frase de campaña tan estúpida como la que le eligieron a López Portillo; La solución somos todos. Calcamonías con una tipografía pesada y espantosa que en la palabra todos utilizaba mayúsculas de colores verde, blanco y rojo en las o y la d.  Con el paso de los años aprendimos que así fue; todos le solucionamos a los López Portillo y hasta a la cabaretera convertida en actriz y deseo de todos los mexicanos; Sasha Montenegro, su situación económica durante las siguientes décadas, incluida la actual.

En noviembre de 1976, los mexicanos estaban felices como cada seis años pues el presidente en turno ya se iba. El tirano sexenal con la cabeza baja y listo para pasar a la lista de expresidentes gozaba de los últimos momentos de su poder, imaginario ya en esos momentos.

Pero comenzó a correr un rumor. López Portillo jamás sería presidente porque el ejército mexicano estaba listo para dar un golpe de estado. Esa paz institucional de la que México era ejemplo para Latinoamérica y que tanto cacareaban los perpetuadores de la dictadura perfecta y creadores de una “Revolución Institucionalizada” estaba por llegar a su fin a manos de esa misma casta militar que había creado el partido oficial que gobernó este país por más de siete décadas.

Mi recuerdo de esos días es muy vago. En casa mi padre estaba más preocupado porque el presidente había robado tanto dinero de las arcas nacionales que había provocado una inesperada devaluación. Algo inimaginable para esa ingenua generación a la que perteneció mi padre y que creció viendo a México desarrollarse de una manera dura, pero creciendo y creando una clase media importante, algo que mi generación nunca vio y que las que siguen parece, hoy más que nunca, están condenadas a un país de pobreza y subdesarrollo. Las deudas sobre créditos adquiridos se cernían sobre muchos mexicanos de clase media, esa misma que él presidente no toleraba, por ello había atentado a lo largo de su gobierno en contra de los empresarios, las libertades, sobre todo la de expresión y había financiado a grupos de choque a los que disfrazó de terroristas que se convirtieron en brazos ejecutores de la visión de Echeverría. Mi padre nunca mencionó nada acerca del supuesto golpe de estado en gestión en casa. De hecho, mi padre comenzó a hablar de política en casa muchos años después cuando varios de sus hijos nos fuimos manifestando como opositores y críticos de los diferentes presidentes priístas.

Pero recuerdo a amigos en la escuela y en la cuadra que insistían que a partir de aquel 1º de diciembre México habría de convertirse en una versión del Chile de Pinochet o de la Argentina de Videla, porque lo militares no iban a tolerar que los comunistas como Echeverría, el chiste se cuenta sólo, tomaran las riendas de México. Mientras en muchas casas la noche del 30 de noviembre debe haber sido una espera interminable de malas noticias, en otras las expectativas iban con una mañana brillante en la que su representante, el nuevo líder del país fuera ungido con la banda presidencial y en otras más era el final de sus días de gloria. Sobra decir que nada sucedió y por muchos años olvidé aquel rumor que para mí en esos días sólo eran vagas palabras de algunos compañeros y amigos, hasta que me topé con la novela de Héctor Manjarrez Pasaban en silencio nuestros dioses, en la que el brillante novelista hace referencia de manera breve a la incertidumbre y angustia que a nivel nacional existió en aquel noviembre de 1976 en espera de un movimiento que cambiara el destino que a México le impuso Luis Echeverría.

Muchos rumores he escuchado desde entonces y mientras pasan los años más consciente soy de que son solo eso, rumores. Deseos, tal vez en un sentido optimista, de los mexicanos por ver un país mejor. Pero tristemente los mexicanos pocas veces actuamos para lograrlo.


Publicado en megaurbe.com.mx el 2 de diciembre de 2020

La fotografía también es de mi autoría. 

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