Cuando uno sale de la caótica y adorada Ciudad de México en
busca de romper la rutina y un supuesto descanso existen cosas y situaciones
con las que uno jamás piensa encontrarse. Hace unos días fui a visitar a un
amigo en Cuernavaca y en esa mañana de provincia llena de sol, un fresco
viento, cantos de diferentes aves y molestias de diversos insectos escuché algo
que al parecer ya estamos exportando desde la capital de los tacos, los
microbuses y, como dicen algunos mexiquenses envidiosos, orden y paz.
Imagine el lector, el casi bucólico amanecer, las verdes
copas de tabachines, bugambilias y flamboyanes, el canto de zanates y otras
aves, que desconozco, pero no gorjean a manera de carraspera de anciano español
de ochenta y cinco años de fumar un cigarro tras otro, como sucede con los
gorriones chilangos, este canto es impoluto, como no, y nativo de las aves que
habitan en la zona urbana de Cuernavaca. El cielo azul y un sol que
levantándose por el oriente anuncia ya un mediodía caluroso, el reflejo de la
luz solar que rebota de la moldura de una ventana o puerta directo sobre la
ondeante superficie del agua de la alberca. En fin, eso que todo chilango
identifica como paz provinciana y que anhelamos se materialice en un fin de
semana o en un par de días, después de transitar un poco más de media hora
sobre la carretera y que nos convierte en turista ocasional o de suburbio.
Se sienta uno en medio de ese escenario, mira el cielo azul,
la pintoresca nube que parece haber salido de película de Gabriel Figueroa y se
recuesta contra la tumbona, café en una mano. Cierra los ojos y se compadece de
todos los Godínez que a esa hora se pelean por subir a la pesera cuidando de no
tirar el contenido de sus Tupperware
ante tanto apretón de cuerpos. En ese momento la plenitud desaparece; una voz
más que chilanga aguda, estridente y sin gracia nos regresa al corazón de
Narvarte, de la Toriello Guerra, de la Escandón o de la Escuadrón 201:
- “Se compran colchones, estufas, etc, etc”
Se trata de la misma grabación que recorre las calles de la
Ciudad de México. No quiero minimizar la diaria rutina que vive la gente de
Cuernavaca, que como en todas las ciudades, no encaja en la visión egoísta del
que sólo pasa por unos días por la población. No quiero tampoco parecer
ignorante de que la misma necesidad que tenemos los chilangos de deshacernos de
cosas inservibles aqueja a los habitantes de todas las ciudades del mundo y
menos del gran negocio que esto representa para los recolectores de basura, lo
que me resulta inverosímil es que la grabación que aturde los oídos de los
millones de habitantes de la zona metropolitana de la Ciudad de México tenga
calidad de exportación y se repita en ciudades cercanas a la capital.
Las grabaciones se han convertido en el sustituto de los
merolicos, otro ejemplo es “Hay tamales calientitos, tamales oaxaqueños…” Aunque
también existen aquellos que se limitan a un sonido como esas legiones de hombres
que llevan canastas enormes de pan dulce, termos con agua caliente, Nescafé y
leche en polvo y haciendo sonar una cornetita ofrecen su mercancía a clientes. Así
entre la güeva y la mecanización los vendedores y chatarreros han perdido su
personalidad o la crean. Pensando de la peor manera, seguramente acertaré, en
una teoría conspiratoria contra el SAT: todos los chatarreros y tamaleros que
usan estas grabaciones son parte de una misma empresa ambulante que gana miles
de millones y paga nada al fisco. Las grabaciones o el sonido de las cornetitas
son parte de la identidad corporativa. No, eso no podría pasar en México, en
Suecia tal vez, pero no en México.
Porque hay aquellos que desde la honestidad y autenticidad
de su grito nos invitan a creer que el ambulantaje es libre, soberano y abierto
a todo aquel que lo quiera ejercer.
Por ejemplo, en la colonia del Valle hay un hombre que pasa
a toda velocidad en una bicicleta con su carrito de paletas heladas Holanda
gritando a todo pulmón y para que quede claro a quince cuadras de edificios de
diez pisos cada uno: ¡Ya llegaron las
paletas! El grito es tan enfático y tan determinante que parece que hasta
ese momento nunca nadie en la colonia ha probado una paleta y esta la gran
oportunidad para hacerlo, es una orden para bajar por una de ellas, pero el
hombre va tan rápido que, aunque se bajen los diez pisos del edificio a saltos
de escalón, jamás podrá nadie alcanzarlo, lo que hace dudar de que el hombre
traiga paletas en ese carrito, o esté en su sano juicio. Hay otro que en una
camioneta en San Fernando no se cansa por las tardes de repetir, porque ya
grabó su pregón y como el de los colchones lo repite Ad nauseum: ¡Aquí están, señora ama de casa, sus
esquites con su harta mayonesa, su harto chile y su harto limón, señora ama de
casa! Excluyendo a niños y señores amos de casa de probar los esquites con
harto de todo. Los carritos de camotes y los que arreglan cortinas y persianas.
Pero volviendo a lo que dio origen a este texto, por si no
basta para aquellos que sufren del síndrome del Jamaicón, llevar chiles y
nopales en su maleta. Pueden incluir una grabación con su pregón favorito o el
que más los molesta de entre la amplia gama que ofrece la Ciudad de México, en
su próximo viaje a provincia o al extranjero, o si no dejar que como siempre la
realidad los alcance y los sorprenda.
Armando Enríquez Vázquez
Este texto se publicó en junio de 2017 en intensohd.wordpress
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