miércoles, 23 de mayo de 2018

Tlaloc Dios de la lluvia en Chilangolandia




Nada más porque nos encanta quejarnos a lo pendejo y culpar a diestra y siniestra. A los habitantes de la Ciudad de México, antiguo lago, se nos olvida ese sencillo hecho. A nuestra conveniencia o por simple y llana ignorancia desconocemos que uno de los dos templos en la cima de la gran pirámide de Tenochtitlan estaba dedicado a Tlaloc, Dios de la lluvía. El agua rodeaba la capital del Imperio Mexica y daba vida al valle y la misma ciudad, la lluvia era de capital importancia para el imperio mesoamericano.
Se nos olvida, porque nadie lo cuenta, o porque nuestra memoria se ha deformado a golpe perezoso de pensar que la manera de llegar al Centro de la Ciudad desde Xochimilco o desde Tlalpan se ha realizado siempre a través de calles de tierra, adoquín o asfalto, a pesar de las cuatro enormes calzadas que conectaban a la Ciudad con las orillas del lago, existían otras formas de llegar a la Tenochtitlan y recorrer sus canales. Hay quienes hoy piensan que las canoas y trajineras son sólo para turistas y adolescentes borrachos, sin saber o recordar que el mismo Cortés utilizó bergantines en el asedio final de la Ciudad. Nos negamos el hecho de que la cuenca del Valle de México albergó durante milenios un lago. Un enorme lago, que a principios del siglo XX aún se podía navegar si se deseaba ir de la capital a Chalco o Texcoco. Un enorme lago que se subdividía en otros cinco: Xaltocan, Texcoco, Zumpango, Xochimilco y Chalco. Ignoramos o no queremos aprender y saber que antes de que los tamales fueran de pollo o de puerco, iban rellenos de los peces que habitaban ese lago.
Y si no lo sabias, ahora después de leer los párrafos anteriores no lo debes olvidar. Como tampoco debes ignorar que la capital de la colonia española vivió bajo el agua a lo largo de cinco años a partir de 1629, cuando Tlaloc decidió que la ciudad le pertenecía. De igual forma sucedió en la Ciudad desde la que gobernaba México el dictador Porfirio Díaz, a pesar de que diez años antes el general había inaugurado el Gran Canal, abriendo las compuertas del Drenaje General de la Cuenca de México. Cuenta mi madre que por allá de los años cuarenta del siglo pasado había personas que por una módica suma te cruzaban a lomos de humano las calles inundadas del Centro de la Ciudad en tiempos de lluvias. La portada de la novela de Fabrizio Mejía Madrid Hombre al agua, muestra a dos adolescentes esquiando de manera divertida agarrados de la defensa de un auto en los años sesenta en plena avenida Presidente Masaryk, en Polanco. Las imágenes de camionetas y autos a la deriva en los bajo puentes de las vías rápidas son el emúlo moderno de las corrientes que hace siglos arrastraban caballos y a sus monturas bajo sus caudales crecidos por las tormentas.
Cuando el enorme monolito que representa al Dios de la lluvia fue traído a la Ciudad de México, el 16 de abril de 1964, desde el pueblo de San Miguel Coatlinchán en el Estado de México, hasta su actual asentamiento a la entrada del Museo Nacional de Antropología en la Ciudad de México, un trayecto cercano a los 50 kilómetros, llovió durante todo el trayecto del Dios, jamás sobre él siempre a su alrededor, como si de manera poética el dios celebrará su arribo a la otrora Gran Tenochtitlan.
Desde que tengo memoria la ciudad se inunda año con año, mostrando su cualidad acuática. Año tras año Tlaloc regresa a demandar la restitución, aunque sea por unas horas y en algunas zonas del majestuoso lago y ríos que bañaban el Valle de México y que los mexicanos decidieron entubar en aras de crear una monstruosa ciudad donde millones de mexicanos viven en las áreas que fueron lago y año tras año pierden sus bienes naturales, como sacrificio involuntario a frente al ofensa al dios de la lluvia por desecar el lago.
La lluvia baña constantemente, de manera típica la ciudad de México y desde las zonas más altas de las serranías que la rodean bajan miles de litros de agua ríos que ya no vemos correr, porque los gobernantes prefirieron el inmóvil silencio del gris concreto, en lugar de crear una forma de presumir el rumor de esos ríos que corren por Mixcoac, Churbusco, la Colonia Anáhuac.
Ríos, también, como el Magdalena, el Tacubaya, el Ameca o el antiguo Canal de la Viga, nuestra ciudad hecha de agua, no sabe incluir ese elemento primordial en su imagen y por eso Tlaloc cada año nos lo recuerda.
Esto fue un lago, un enorme lago que de existir todavía tendría sumergidas en sus aguas colonias como la Roma, todo el norte de la Ciudad, Lo que es el aeropuerto y colonias aledañas, únicamente sobresalía de las aguas el cerro que llamamos, Peñón de los Baños. Un bello y hermoso lago del que las antiguas litografías, grabado y pintura dan cuenta.
Olvidemos las maledicencias contra autoridades, no porque sean mediocres y desobligadas, contra los elementos, que no podemos encontrar y aunque soy empático con el refunfuñar y el malestar cuando la lluvia nos pilla fuera de casa, mejor abracemos la lluvia con la que Tlaloc, dios protagónico de nuestra ciudad, intenta hacernos recordar la grandeza del lago que la vio nacer.
Dejó un pequeño poema del gran Efraín Huerta titulado Tlaloc:
Sucede
Que me canso
De ser Dios
Sucede
Que me canso
De llover
Sobre mojado

Sucede
Que aquí
Nada sucede
Sino la  lluvia
            lluvia
            lluvia
            lluvia



Armando Enríquez Vázquez
publicado en junio de 2017 en intensohd.wordpress
fotografía Rubén Camarillo 

martes, 22 de mayo de 2018

El triunfo de los chilaquiles.




Tal vez es su sencillez, tal vez la creatividad que se puede aplicar a ellos, pero el éxito de los chilaquiles esta de manifiesto no solo en restaurantes, fondas y cafeterías, cada día hay más puestos en las esquinas que ofrecen el delicioso y chilango desayuno, que comienza a competir con los tamales y las tortas de tamal durante décadas el rey del desayuno godín y de parte de la escenografía matutina de la ciudad. Los tamales afuera de las oficinas de gobierno, privadas, de las estaciones del metro y de las terminales de transporte público. En las esquinas de unidades habitacionales las tamaleras de aluminio, la enorme bolsa de bolilllos y las ollas con atole de arroz, chocolate, prometían al chilango un sustancioso desayuno de masa envuelta de maíz en pan, que es masa de trigo, disuelto en una bebida de masa de maíz que asegura la construcción de un bloque sólido en el estómago del comensal que le asegura un estado de plenitud y satisfacción por las próximas dos o tres semanas en lo que los jugos gástricos logran disolver esa poderosa mezcla.
La delicia de una torta de tamal es superada únicamente por la delicia de una torta de chilaquiles. Masa de maíz envuelta en masa de trigo, de una manera diferente y más sustanciosa. La torta de chilaquiles como el plato mismo está lleno de variantes y posibilidades; frijoles refritos en una de las tapas, aguacate, crema, pollo, chorizo, cochinita pibil y una de mis favoritas una pechuga empanizada.
Los hay verdes, rojos, negros, rojo oscuro como el alma del chile morita que penetra la tortilla. Con epazote dicen los clásicos, pero que tal con cilantro o con orégano integrados en la salsa.
Claro que en los puestos de chilaquiles como en los de tamales queda la opción de ordenar los chilaquiles solos. Pero la torta pretende convertirlos en un desayuno completo, aunque aún no descubro un puesto callejero en el que los ofrezcan con huevos.
Aunque hay un lugar donde si les ponen huevo revuelto. La fiebre por los chilaquiles llegó a la competencia de Starbucks, el mexicanísimo Cielito Café ofrece un envuelto de chilaquiles que además de los chilaquiles incluye huevo revuelto. Hay que decir que es una gran innovación en la oferta de los panecitos y croissants que son más caros pero iguales que los cuernitos de jamón y queso amarillo que venden en el Oxxo.
En los restaurantes ofrecen diferentes variantes. Por ejemplo, en Don Manolito van acompañados con la mezcla de carnes de un delicioso taco del Villamelón, y en una pizzería tan ecléctica como El Perro Negro existe una pizza de chilaquiles.
Lo único que debe tener un plato de chilaquiles que se respete es que los totopos deben haber hervido con la salsa, nada de esas aberraciones que tienen por costumbre los restaurantes de servir totopos bañados con salsa para que el chilaquil tenga un crujiente que es característico de los nachos o de los doritos no de los chilaquiles.
Los chilaquiles platillo de crudos y tragones dispuestos a comer quien sabe cuantas tortillas recortadas y en el mejor de los casos sin batirse, porque entonces la cantidad de tortillas puede ser monstruosa van conquistando las esquinas de la Ciudad y con ello se democratizan y pierden ese estigma de alivio matutino de una noche desenfrenada en el consumo de alcohol cuando menos.


Armando Enríquez Vázquez