El pasado sábado por razones personales fui a Tlatelolco y
más allá de cumplir con mi objetivo, aprendí muchas cosas que la mayoría de los
mexicanos desconocemos y caminé por una ciudad dentro de a ciudad, pero eso no
debería ser raro ya que desde tiempos inmemoriales Tlatelolco fue un espejo de
México Tenochtitlán.
Fundada de acuerdo con la mayoría de los estudios alrededor
de 1337, unos doce años después de la fundación de México Tenochtitlán, Tlatelolco
fue una ciudad gemela de la capital azteca. Tlatelolco es en pleno siglo XXI
una ciudad dentro de la capital del país, tal y como se planeó en 1960 cuando
comenzó la construcción de esos monstruosos edificios que encerraron a miles de
familias en su modernidad y crearon la entropía de una ciudad dentro de otra
como si la modernidad significara convertir a las ciudades en inhabitables matrushkas.
Tras la derrota y caída de Tlatelolco, los españoles construyeron
con las mismas piedras que habían sido pirámides y los dioses de los
tlatelolcas, el convento de Santiago que aun se mantiene en pie y junto a los
restos prehispánicos que se han descubierto, la unidad habitacional y el
edificio del Centro Cultural Universitario Tlatelolco, antes Secretaría de
Relaciones Exteriores, rodean ese extraño lugar llamado plaza de las tres
culturas.
Llegue por el subsuelo, en el cada día más caótico, sucio y
ineficiente Metro. No sin antes presenciar en el andén de la estación Coyoacán
el espectáculo esquizoide de un indigente semidesnudo que gritaba y pateaba al
aire sin que absolutamente nadie se preocupara de retirarlo de una zona en la
que un accidente para él o para cualquier otro usuario es latente. El convoy se
detuvo inmóvil entre diferentes estaciones demostrando una vez más la pésima
gestión y planeación con la que sindicato y autoridades de la CDMX (Marca Registrada)
manejan el STCM (Sistema de Transporte Colectivo Metro). Lo que nos permitió a
los usuarios deleitarnos con el desafinado canto de un ciego y los alaridos de
un adolecente que no pude discernir si cantaba ranchero, tríos, o reggaetón.
Al llegar finalmente a la estación Tlatelolco un extrañísimo
mural recibe al usuario que decide apearse en el andén y subir las escaleras
que conducen hasta la salida. En el centro de la obra un hombre de barbas canas
con la mano extendida y el que no se sabe si da una ceremoniosa bienvenida al
ciudadano que se baja del metro o retrata a uno más de los indigentes generados
y descuidados por el gobierno de Miguel Ángel Mancera, extendiendo la mano en
señal de pedir limosna en una Ciudad que a lo largo de los últimos gobiernos de
izquierda se ha empobrecido por que los gobernantes están más empeñados en
hacer dinero para financiar sus vidas y sus campañas electorales que para
mejorar la vida los capitalinos.
Salir y recorrer ese laberinto de caminos estrechos y
pavimentados que comunican los diferentes edificios, plazoletas, zonas
comerciales y conducen hasta arterias fundamentales para el tránsito de la zona
centro norte de la CDMX (Marca Registrada), es convertirse en turista dentro de
un micromundo que envejece como lo hacen sus habitantes. Muchos viejos
caminando con perros, parques con juegos infantiles vacíos hablan de una ciudad
de hombre y mujeres de edad. Modestos por no decir tristes vendedores de
quesadillas, tamales y otros alimentos, esperaban sentados a una clientela
difícil de ver llegar.
Desorientado y sin waze el camino que emprendí iba en
sentido contrario a mi destino, al llegar cerca del Circuito Interior me di
cuenta que la calle sobre la que caminaba era Nonoalco y el recuerdo del inicio
de la gran novela de Fernando del Paso vino a mi mente. Más tarde confirme que
la unidad habitacional se había alzado no sólo sobre los restos de la histórica
ciudad de Tlatelolco valiéndole madres a los gobiernos de Adolfo López Mateos y
Gustavo Díaz Ordaz, si no que ahí habían estado parte de los patios de los
ferrocarriles donde José Trigo con su cabello encarrujado y entrecano pasó
parte de su vida, entre los trenes de Buenavista-Nonoalco.
Ahí entre esos edificios ubicados en más de 960,000 metros
cuadrados, se observan los fracasos del hacinamiento revolucionario modernista,
con lugares como un cine en ruinas todavía más desoladas que los restos de las
diferentes capas de las escalinatas del templo mayor de Tlatelolco, que
atestiguan de manera muy somera que la magnitud de aquella pirámide desde la
que los conquistadores contemplaron la grandeza de la ciudad contigua
México-Tenochtitlán.
Gimnasios, escuelas y la enorme explanada de la plaza de las
tres culturas donde 4 años después de inaugurada la unidad habitacional habría
de suceder la matanza más negra que el PRI hiciera en contra de los jóvenes
mexicanos. En esa Plaza donde hace casi quinientos años cayó finalmente la
civilización Mexica, donde hace 58 años fue masacrada una parte pensante y
critica de México y en 1985 se desplomó un edificio completo demostrando que la
corrupción estaba presente en el ya en el sistema priísta ya desde ese entonces
cuando Mario Pani construyó la microciudad dentro una de las ciudades más
grandes del mundo. Y recuerdo una mega ofrenda de día muertos ese mismo año de
1985 y al siguiente para honrar la memoria de esos cientos de muertos, como
recuerdo el inmenso campamento que damnificados que ocupaba los prados que dan
a la avenida Ricardo Flores Magón.
En la década de los 70 en alguna ocasión visitamos a la
viuda de un familiar de mi madre que tenía hijos de nuestra edad y mantengo el
recuerdo de pisos de parqué y una gran de cantidad de luz, en 1985 los departamentos
de la sección del edificio Nuevo León que quedó en pie se mantenían abiertos,
amueblados y vigilados por el ejército para en teoría evitar la rapiña. Mientras
al lado cascajo, muebles, y fotografías de familias que ya no existían como un
brutal recordatorio de aquí hacía solo unas semanas había existido una
cotidianidad.
En el atrio del ex Convento de Santiago había una especie de
romería, con estudiantinas, que intentaban alegrar a los paseantes que ignoran
en muchos casos que a principios del siglo XX, el convento era una prisión de
la que el mismo Pancho Villa se escapó disfrazado de mujer.
Tlatelolco como hace quinientos años es un espejo de la
ciudad principal y no deja de ser un viaje dentro de esa ciudad que nos
obsesiona día a día. Pero es otro de esos sitios en la ciudad en los que
caminar es caminar con la historia de la nación, de la ciudad y muchas veces
con la historia personal de cada uno.
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