Armando Enríquez
Vázquez
Oklahoma 148 es la dirección de la casa donde pase mi
infancia y adolescencia, los textos de esta colaboración tienen que ver con
esos años y las reflexiones que hago 40 años después.
Nosotros los pobres, El rey del barrio, Calabacitas
tiernas, Aventurera, Charros contra gangsters, La nave de los monstruos, El
bracero del año, Caperucita Roja con el Loco Valdés y Tun Tun, Los tres
García, Dos tipos de Cuidado, ATM A toda máquina, Enamorada, Él, son sólo
una diminuta muestra de películas mexicanas que conocí gracias a la televisión
durante mi infancia y primeros años de adolescencia. Pero también gracias a la
televisión conocí a Buster Keaton, a Charles Chaplin, al Gordo y el Flaco, al
infinitamente gracioso Harold Lloyd.
Con el tiempo y las vacaciones de verano de la secundaria me
encantaba desvelarme viendo la cinta que en el canal 13 anunciaba entre semana
Emilio García Riera y tras la cual terminaban las transmisiones diarias de la
televisora. Fue a esas horas en la frontera entre los días que vi por primera Un
perro andaluz, Ladrón de bicicletas, Simón del desierto. La comezón del séptimo
año con Marilyn Monroe y la primera cinta que vi sobre el McCartismo y que
nunca he vuelto a ver que se llama En el ojo del huracán una
extraordinaria cinta sobre una bibliotecaria interpretada por Bette Davis y esa
paranoia que sufrían los gringos por el comunismo. Y en el canal once los
clásicos como King Kong, El hijo de King Kong, Frankenstein y La
Mosca de la cabeza blanca que fue el nombre que le pusieron al original de La
Mosca con Vincent Price.
De la misma manera gracias a Cine Permanencia Voluntaria,
que era la barra dominical en canal 4 en la que se pasaban películas durante
todo el domingo, conocí películas inolvidables como Vienen los rusos, Casino
Royale, Donde las águilas se atreven, Charada, Una Eva y dos adanes.
Mis gustos y aversiones se formaron en aquellos años; los Tres
Chiflados como Manolín y Chilinsky siempre me han caído muy mal, también Clavillazo
y Resortes por momentos. A Sara García y John Wayne ni en pintura. Pero
bienvenido el humor involuntario y voluntario de Juan Orol. El talento para el
melodrama de Ismael Rodríguez, las
actuaciones de Joaquín Pardavé, Chachita, La Tuzita y Marilyn Monroe sujetando
el vuelo de la falda al pararse encima del respiradero del metro para
refrescarse, se lo debo a la televisión.
Antes, mucho tiempo antes de pensar en entrar en una escuela
de cine, antes siquiera de saber que existían géneros o subgéneros. Anterior a
que el cine se volviera una moda superficial en la que muchos creen poder
sustituir la lectura. Previo a escuchar la idiotez y clasificación clasista de
cine de arte y cine comercial para validar alguna que otra mierda o despreciar
a otras de la misma calidad, yo había entendido a partir de cientos de
películas vistas en las mañanas o madrugadas que el cine vale, antes que por su
fotografía o por su edición, por su capacidad de enamorarnos con sus historias,
por su fuerza narrativa, y esas historias que habían maravillado a muchos en
las salas de exhibición, a mí y a mi generación nos maravillaron, irónicamente,
en la pantalla chica muchos que igual gozaron de esta educación cinematográfica,
despreciaban y llamaban la caja idiota.
Esa cartelera del pasado, llena de grandes historias,
directores y actores en sus mejores momentos Sunset Boulevard, Casablanca,
El Halcón Maltés, Milagro en Milán las vi antes en la televisión que en el
cine, se encontraban a un giro en la perilla de los canales, eran parte
de las opciones al oprimir el botón del control remoto cuando este irrumpió en
las salas de las casas. Una videoteca pública que de cualquier manera dependía
del juicio arbitrario de un invisible programador, pero que a lo largo de la
semana enriquecía y creaba una cartelera alternativa para los espectadores, mucho
más rica y accesible que la programación de las salas cinematográficas.
Con el paso de los años esta fue una razón más para no
sufrir de una mala sala, una mala proyección y las ocurrencias del público que
son historias dignas para otro texto. De manera voluntaria o porque a la abuela
se le antojaba recordar otras épocas, millones de mexicanos aprendimos a hablar
de una época de oro del cine mexicano, sin realmente saber porque se llama así
y sin ser críticos de los miles de mediocres melodramas y comedias baratas que
se filmaron en esas épocas en las que se consolidó un tiránico sistema sindical
que atento contra la creatividad y la sangre nueva durante décadas en la
industria cinematográfica de nuestro país.
Para muchos la televisión fue nuestra verdadera escuela de
historia del cine, dentro de unos cuarenta años habrá amantes del cine que
recuerden como se educaron on demand en las pantallas de sus tabletas o
celulares buscando películas clásicas y otras no tanto.
Publicado originalmente en megaurbe.com.mx el 12 de marzo de 2021
La fotografía es de mi autoría también.
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