miércoles, 13 de marzo de 2019

La educación musical urbana (I).




Hace ya muchos años aprendí que sin importar cual sea tu gusto musical, la Ciudad se encarga de enriquecer tu catálogo. No sólo porque te puedes encontrar músicos a lo largo de cualquier caminata por la ciudad desde los ya patentados y sindicalizados organilleros que además de cargar a sus espaldas verdaderas obras de arte del siglo XIX, que tropicalizadas y con melodías que ningún técnico alemán pensó en integrar al repertorio del instrumento van haciéndole al Pípila moderno,  Están también aquellos que aporrean un instrumento, generalmente guitarras o algo que las asemeja a lo largo de las diferentes rutas de peseras, Metro, y hasta en la entrada de las estaciones del metrobús encuentras a diferentes personas tocando todo tipo de música con todo tipo de instrumento. Un viejo interpreta música conceptual, no logré identificar la canción por más que lo intenté, soplando a manera de silbido en una hoja de árbol. Mi madre diría que en Veracruz ejecutan la más variada música con una hoja de naranjo, pero en las cercanías de la estación del metrobús cercana al metro Hidalgo sobre Avenida de la Reforma no veo ningún árbol frutal.  
En su caso peseras y en décadas pasadas los camiones y combis fueron una fuente muy importante en mi instrucción musical. Durante mi juventud debido a las brechas generacional y cultural existentes con muchos de los choferes que sobrepasaban los cuarenta años y que habían nacido en la década de los treinta o finales de los años veinte del siglo pasado era muy común escuchar “Rancheras” o “Boleros” ardidos en los que los cantantes únicamente deseaban lo peor a su pareja sentimental por haberlos dejado de amar o que se hundían en litros de alcohol porque eran mal correspondidos en su amor y por lo tanto podían desear lo peor para la pareja anhelada. Otros más jóvenes e incluso cercanos a mi edad escuchaban música que era más cercana a lo que yo escuchaba y otros cosas totalmente fuera de mi espectro musical. Los gustos radiofónicos del conductor y en ocasiones su selección en audio cassette me descubrieron letras inolvidables:
“…La Luna me miró y yo la comprendí, me dijo que tu amor, no me iba a hacer feliz.”
Es de llamar la atención esa compatibilidad entre el cantante y un cuerpo celeste. La comunicación entre un ser humano y La Luna puede llegar a convertirse en una nueva secta o en una nueva sexualidad. ¿Acaso el mensaje de La Luna no puede nacer de los celos del satélite natural? En otra canción un poco más reciente, pero de otra latitud, el grupo español Mecano habla de un “Hijo de La Luna.” A mí en lo personal, estas canciones me han obligado a revalorar a La Luna a la que desde ese entonces identificó más con Hécate que con Selene. Y en el caso de las ahora llamadas “Luna de sangre” “Luna de hielo” o de lo que sea a sentirme muy paranoico con el enorme satélite que vigila mis movimientos.
Otra realmente perturbadora es una canción que gracias a Internet, ahora sé que es interpretada por un grupo que se llamó Los Buitres de Culiacán, nombre muy especial y más porque el narcotráfico ni siquiera se encontraba en la hoja de la nota roja en ningún diario, ni siquiera existía la palabra que hoy conocemos para designar el tráfico de estupefacientes. Pero la letra de su canción Limonadas Verdes que empieza así, me viene constantemente a la mente:
Cuando paso por tu casa me quito los calcetines
Pa' que no diga tu mamá que me
Apestan los patines
Con las limonadas verdes
Con las verdes limonadas
Con sus ojos de piña me mira
Me mira y me mata de amor



Sí el hedor que despiden los pies del sujeto es tan fuerte que necesita quitarse los calcetines, ¿no sería mejor que consultara a un médico? ¿o al menos que lavara de vez en cuando los dichosos calcetines? Pero lo más perturbador de la canción son los ojos de la amada. “Ojos de Piña”, ¿por el color? Son como para salir corriendo; la chica o es parte de alguna raza extraterrestre que visita nuestro planeta y por lo tanto por eso son color amarillo piña o sufre de una invasión de lagañas pocas veces vista, de otra manera no entiendo la desafortunada metáfora, ¿o son las pestañas duras y enormemente largas como las pencas que coronan la fruta? Peor aún entonces.
Alguna vez también me toco escuchar en otra pesera una canción cuyo estribillo es: “Como tú nunca vas a la ópera voy a hacer una cumbia con ópera y la vas a tener que bailar…” Interesante. Sí la persona no gusta de la ópera, ¿Por qué demonios le va a gustar convertida en un híbrido horrendo al meterle los acordes de una cumbia ramplona?



No es que en casa se escuchara únicamente música culta, por el contrario, pero la formación medioclasera de mi padre que identificaba la modernidad con lo que venía de Estados Unidos, llenando los fines de semana de la casa con Glenn Miller, Ray Conniff, o cosas que eran extrañas para todos a principios de los años setenta como Isao Tomita que aún no sé dónde conseguía mi padre y que colmaban la casa de las deformes notas electrónicas del japonés interpretando “Cuadros de una Exposición” de Mussorgsky. En el radio del automóvil de mi padre durante los paseos de sábado o domingo por la tarde escuchábamos además de eventos deportivos que no eran futbol soccer, Radio Mundo o Radio Universal donde se podía escuchar a Bert Bachara o a Paul Anka cantar “The Most Beautiful Girl in the World.” Mi madre casi nunca ponía música en la casa.
Afortunadamente y gracias a Internet hoy a partir de esas líneas que han sobrevivido por décadas en mi mente, nunca para bien, he podido recuperar estas canciones que son muestra de una parte de la educación musical que brinda la ciudad y que impacta por lo sui generis en los habitantes que en lo que puede ser la traumática experiencia del servicio público de transporte además tiene que enfrentarse a todo volumen con una selección de música exótica para muchos de los viajeros.

Continuará…



Armando Enríquez Vázquez