Hace ya muchos años aprendí que sin importar cual sea tu
gusto musical, la Ciudad se encarga de enriquecer tu catálogo. No sólo porque
te puedes encontrar músicos a lo largo de cualquier caminata por la ciudad
desde los ya patentados y sindicalizados organilleros que además de cargar a
sus espaldas verdaderas obras de arte del siglo XIX, que tropicalizadas y con melodías
que ningún técnico alemán pensó en integrar al repertorio del instrumento van
haciéndole al Pípila moderno, Están
también aquellos que aporrean un instrumento, generalmente guitarras o algo que
las asemeja a lo largo de las diferentes rutas de peseras, Metro, y hasta en la
entrada de las estaciones del metrobús encuentras a diferentes personas tocando
todo tipo de música con todo tipo de instrumento. Un viejo interpreta música
conceptual, no logré identificar la canción por más que lo intenté, soplando a
manera de silbido en una hoja de árbol. Mi madre diría que en Veracruz ejecutan
la más variada música con una hoja de naranjo, pero en las cercanías de la estación
del metrobús cercana al metro Hidalgo sobre Avenida de la Reforma no veo ningún
árbol frutal.
En su caso peseras y en décadas pasadas los camiones y
combis fueron una fuente muy importante en mi instrucción musical. Durante mi
juventud debido a las brechas generacional y cultural existentes con muchos de
los choferes que sobrepasaban los cuarenta años y que habían nacido en la
década de los treinta o finales de los años veinte del siglo pasado era muy
común escuchar “Rancheras” o “Boleros” ardidos en los que los cantantes únicamente
deseaban lo peor a su pareja sentimental por haberlos dejado de amar o que se
hundían en litros de alcohol porque eran mal correspondidos en su amor y por lo
tanto podían desear lo peor para la pareja anhelada. Otros más jóvenes e
incluso cercanos a mi edad escuchaban música que era más cercana a lo que yo
escuchaba y otros cosas totalmente fuera de mi espectro musical. Los gustos radiofónicos
del conductor y en ocasiones su selección en audio cassette me descubrieron letras
inolvidables:
“…La Luna me miró y yo
la comprendí, me dijo que tu amor, no me iba a hacer feliz.”
Es de llamar la atención esa compatibilidad entre el
cantante y un cuerpo celeste. La comunicación entre un ser humano y La Luna
puede llegar a convertirse en una nueva secta o en una nueva sexualidad. ¿Acaso
el mensaje de La Luna no puede nacer de los celos del satélite natural? En otra
canción un poco más reciente, pero de otra latitud, el grupo español Mecano
habla de un “Hijo de La Luna.” A mí en lo personal, estas canciones me han
obligado a revalorar a La Luna a la que desde ese entonces identificó más con
Hécate que con Selene. Y en el caso de las ahora llamadas “Luna de sangre” “Luna
de hielo” o de lo que sea a sentirme muy paranoico con el enorme satélite que
vigila mis movimientos.
Otra realmente perturbadora es una canción que gracias a
Internet, ahora sé que es interpretada por un grupo que se llamó Los Buitres de Culiacán, nombre muy
especial y más porque el narcotráfico ni siquiera se encontraba en la hoja de
la nota roja en ningún diario, ni siquiera existía la palabra que hoy conocemos
para designar el tráfico de estupefacientes. Pero la letra de su canción
Limonadas Verdes que empieza así, me viene constantemente a la mente:
Cuando paso por tu
casa me quito los calcetines
Pa' que no diga tu mamá que me
Apestan los patines
Pa' que no diga tu mamá que me
Apestan los patines
Con las limonadas
verdes
Con las verdes limonadas
Con sus ojos de piña me mira
Me mira y me mata de amor
Con las verdes limonadas
Con sus ojos de piña me mira
Me mira y me mata de amor
Sí el hedor que despiden los pies del sujeto es tan fuerte
que necesita quitarse los calcetines, ¿no sería mejor que consultara a un
médico? ¿o al menos que lavara de vez en cuando los dichosos calcetines? Pero
lo más perturbador de la canción son los ojos de la amada. “Ojos de Piña”, ¿por
el color? Son como para salir corriendo; la chica o es parte de alguna raza extraterrestre
que visita nuestro planeta y por lo tanto por eso son color amarillo piña o
sufre de una invasión de lagañas pocas veces vista, de otra manera no entiendo
la desafortunada metáfora, ¿o son las pestañas duras y enormemente largas como
las pencas que coronan la fruta? Peor aún entonces.
Alguna vez también me toco escuchar en otra pesera una
canción cuyo estribillo es: “Como tú
nunca vas a la ópera voy a hacer una cumbia con ópera y la vas a tener que
bailar…” Interesante. Sí la persona no gusta de la ópera, ¿Por qué demonios
le va a gustar convertida en un híbrido horrendo al meterle los acordes de una cumbia
ramplona?
No es que en casa se escuchara únicamente música culta, por
el contrario, pero la formación medioclasera de mi padre que identificaba la
modernidad con lo que venía de Estados Unidos, llenando los fines de semana de
la casa con Glenn Miller, Ray Conniff, o cosas que eran extrañas para todos a
principios de los años setenta como Isao Tomita que aún no sé dónde conseguía
mi padre y que colmaban la casa de las deformes notas electrónicas del japonés
interpretando “Cuadros de una Exposición”
de Mussorgsky. En el radio del automóvil de mi padre durante los paseos de
sábado o domingo por la tarde escuchábamos además de eventos deportivos que no
eran futbol soccer, Radio Mundo o Radio Universal donde se podía escuchar a
Bert Bachara o a Paul Anka cantar “The
Most Beautiful Girl in the World.” Mi madre casi nunca ponía música en la
casa.
Afortunadamente y gracias a Internet hoy a partir de esas líneas
que han sobrevivido por décadas en mi mente, nunca para bien, he podido
recuperar estas canciones que son muestra de una parte de la educación musical
que brinda la ciudad y que impacta por lo sui generis en los habitantes que en
lo que puede ser la traumática experiencia del servicio público de transporte
además tiene que enfrentarse a todo volumen con una selección de música exótica
para muchos de los viajeros.
Continuará…
Armando Enríquez Vázquez