lunes, 20 de marzo de 2017

Perros, yoga y soledades.



Cuantas veces en las películas, la literatura no hemos visto como guionistas y creadores recurren a ese lugar común de la solterona beata, que acude a la iglesia mañana tarde y noche, no a rezar, ni siquiera a llevar una vida piadosa ayudando a la corte de indigentes y viciosos que deambulan por los atrios de las iglesias en busca de una limosna y de un autor digno de Dickens, Fernández de Lizardi o Balzac. No, estos monstruos, que ni H.P. Lovecraft hubiera descrito, encuentran su existencia regida por la crítica a sus semejantes y confunden su frustración sexual y existencial con la sabiduría y la rectitud.
Y sin embargo, el arte que es más sabio que la naturaleza, ha permitido que esta lo imite y ha creado este tipos de seres en la vida real; Todavía en algunas iglesias vemos a estos ejemplares caricaturizados con sus negras mantillas y las canas que les llegaron desde los 20 años de purititas ganas. Son el último resabio de una era de rosarios, misales y hartas ganas de pecar hasta perder cualquier dejo de santidad y sobretodo de mal entendido recato y cordura.
La evolución de la sociedad, la muerte de Dios y las feminazis, han hecho que las nuevas solteronas no vistan de negro, ni se escondan en los susurros envidiosos, calenturientos y fantasiosos del confesionario. Todas sus fantasías sexuales han sido sobrepasadas por la promiscuidad y la revolución sexual. A pesar de ello, las nuevas solteronas siguen teniendo una serie de ritos y lugares comunes por los que no es difícil reconocerlas.
Hace un par de meses camino a la casa vi a un grupo de solteronas de treinta y tantos, esa edad en la que se preguntan por qué los patanes que tanto las excitaban terminaron casándose, con las noñas, las moscas muertas, las princesitas que entre Disney y el Marqués de Sade, bebían a sorbos sus tragos y con gran ironía sonreían ante las carcajadas insolentes de las chicas divertidas, porque bien sabían que el que la ultima risa es la ganadora y como buenos cazadores esperaron lo suficiente. De este grupo de treintañeras, sentado en la terraza de uno de esos restaurantes que se han apropiado de la mitad de las banquetas en ciertas zonas de nuestra ciudad. Frente a ellas copas de vino llenas por arriba de la mitad y mientras pasaba por el lugar escuché a una de ellas decir con esa desesperación que encierra la soledad.
- Todas queríamos un príncipe azul y resulta ahorra que todos son gays.
Tal vez dentro de uno o dos lustros, todas las que estaban sentadas en esa mesa estén sentadas en las bancas de una sesión de doble A.
Esas mujeres alguna vez sanas, sobre todo cuando a punto de perder esa virginidad que se esfumó con el soplo del viento del olvido, que termina matando. Se han convertido en la nueva imagen de su tía la solterona que tanto odiaban cuando aún creían que el amor y el deseo van de la mano y a la que años después compadecían en una falsa solidaridad.
Entre las solteronas desesperadas de hoy, existen varias características que las delatan, hace algunos años muchas mujeres al llegar a cierta edad y enfrentar el panorama de la eterna soltería, de pronto se vestían con el piyama todo el fin de semana, con una cubeta de helado o palomitas de maíz y gatos a su alrededor. Pero como los gatos, son soberbios y tiene personalidad, optaron por abandonar a esas mujeres que pretendían alimentarlos con incomibles palomitas de maíz y salir por la ventana a buscar gatas en celo. Las mujeres decidieron reemplazarlos con el único animal zalamero capaz de mover la cola ante las más denigrantes formas de trato que un animal pueda tener que va desde los sermones de sus amos, hasta las indecorosas maneras de disfrazarlos, sí, me refiero a los perros.
Muchos seres humanos en esta época, creen que los animales y en especial los perros son no sólo el mejor amigo del hombre, si no el mejor sustituto de otro ser humano; la solución ideal para su incapacidad de comunicarse con otras personas, resultan ideales para establecer cualquier tipo de relación con ellos; amistad, familiaridad, odio, rencor y sobretodo amor. El perro entonces se vuelve no solo esa media naranja perdida, sino el verdadero centro del universo de estas mujeres que lo primero que le hacen saber a una persona que acaban de conocer, es la raza, edad y cartilla de vacunación del canino, así como su más reciente achaque y si se puede introducir en la conversación el de ella también. En cuanto a los extremos nunca falta la que opta de manera más radical por el camino de la zoofilia.
Cientos de mujeres andan por las calles, parques y la vida con un perro en el extremo de la correa que llevan en la mano y nada más. En la otra mano llevan una bolsa de plástico para las heces de su perro. O sea que de cualquier manera, sea humano o mamífero, su otra mitad la atiborra con muchas mierdas que llevar a cuestas. 
La mayoría muestran caras de palo como prefiriendo dramáticamente que uno trate de adivinar el subtexto de su infelicidad. Miran al perro, como quien contempla a un madero en la mitad del océano. Creen profundamente que son alguna especie de Dr. Doolittle, capaz de entablar una comunicación directa con su can y entender sus necesidades, deseos y caprichos. El primero de los cuales por lo general si se trata de un perro macho es castrarlo.
¿Pero qué pasa con la espiritualidad? Crudas, con perro, la mañana debe ofrecerles algo por lo que levantarse. A la nada del mundo contemporáneo, la soltería responde de manera histérica con cualquiera práctica esotérica. En ciertos sectores de la sociedad chilanga es fácil ver a mujeres con tapetes de yoga al hombro, enrollados cruzando su espalda, con miradas adustas y sonrisas similares a las de una máscara de un tótem asegurando ser felices, de la misma manera que lo hacia esa tía abuela que siempre enlutada para evitar desatar el deseo, dudosamente o  ilusamente de los hombres a los ochenta años, afirmaba, rosario en mano y la estampita de San Antonio de Padua de cabeza entre los senos caídos como frutos secos por el sol, que había tenido una vida dichosa. Mujeres que creen en ángeles que las cuidan y protegen en el paraíso terrenal. Mujeres que hablan de la tercera dimensión, sin saber que el mismo hecho de existir las pone ya en una cuarta dimensión. Mujeres que meditan y cuyo mantra favorito se reduce a tener encuentros cercanos de todos tipos. Y que mientras armonizan su yo interno y hablan de desapego, se agachan para con la mano envuelta en una bolsa de plástico recoger las heces de su perro.
Las veo en los cafés de la Roma despotricando frente a su instructor de yoga, y con una taza de chai enfrente,  de las compañeritas del grupo. Lamentándose de que Lolita no pueda darse cuenta de que le falta mucho para llegar a la conciencia máxima y disfrutando de tomar clases con Graciela aunque ese viaje, la interlocutora, ya lo haya superado hace muchas vidas.
Llevan a cabo todos los ritos de la soltería católica apostólica y romana disfrazada de herejías que el Papa desaprobaría y combinándolas de tal modo que hasta el mismo Sai Baba reprobaría. Las combinaciones, como en el caso de los cocteles son todas válidas; Tarot con limpias, ángeles y tibetanismo, ascetismo hindú con Temazcal y por supuesto no faltan las invenciones que llegaron de California con el new age y los enormes malls; las runas celtas, el horóscopo maya, El Secreto y piedras mascotas, todos tan falsos como una moneda no perforada del hoy olvidado I Ching.
Hoy cuando más comunicados estamos, cuando no es difícil encontrar a los que queremos y buscar nuevas amistades. Muchos seres humanos van del I Will Survive de Gloria Gaynor al Cover de REM, pasando por la versión cumbiera de las Merenbutis.

Armando Enríquez Vázquez

Una primera versión de este texto aparecio en palabrasmalditas.net

lunes, 13 de marzo de 2017

Helado de Guamiche.




Durante los años de mi infancia pasé innumerables ocasiones por Querétaro en camino a destinos vacacionales más septentrionales. En la secundaria, un amigo me invitó a pasar semana santa en casa de unos familiares suyos en esta ciudad. En los años setenta, Querétaro era una apacible ciudad de provincia donde todavía los ecos de la guerra cristera hacían que las monjas se manifestarán en las calles y tras las rejas de los conventos del centro de la Ciudad vendiendo, panes y rompopes. Una sociedad mocha, ultraconservadora y con aires de esa rancia superioridad que surge de creer que pasarse todo el día de iglesia en iglesia hace que se purifique el alma chismosa y destructora de los beatos.
Uno de los tios de mi amigo era sacerdote o algo por el estilo y recuerdo un oscuro lugar de una iglesia llena de libros viejos en latín que me resultaban poco atractivos a pesar de mi amor por los libros.  
Una sociedad que en un fanatismo religioso se paseaba los jueves santos desfilando y lacerándose con látigos encapuchados en un silencio cargado de culpas verdaderas y ficticias, que salpicaban el asfalto con la sangre de los penitentes y las miradas atónitas de niños y perversas de algunos adultos que se alegraban de ver a las personas flagelarse.
En ese Querétaro que era provincia, antes que ciudad y por el pasaba en verano vendían y siguen vendiendo uno de los helados más maravillosos que existan en el país. Se llama mantecado y es realmente el clímax de la heladería mexicana. El mantecado es una verdadera fiesta y un postre barroco de peso, es un helado compacto y espeso de leche con sabor vainilla y color similar al del café con leche, lleno de acitrón, pasas, nueces y almendras. Un helado que es en sí mismo un verdadero manjar y una comida diaria en tanto calorías. Años después descubrí un helado similar en Salamanca, Guanajuato al que llaman helado de pasta y que también existe en Michoacán.
Hace unos años descubrí en uno de los restaurantes tradicionales de Santiago de Querétaro, que este es el nombre correcto y completo de la ciudad capital del estado de Querétaro, la nieve de wamishi, después me he topado con diferentes ortografías de la palabra; guamischi y guamiche parecen ser correctas y más utilizadas que el wamishi que ostentaba en letras de plástico el tablero de la nevería de La Mariposa. Desde entonces y en la medida de lo posible si me encuentro en Santiago de Querétaro y en las cercanías de La Mariposa procuro tomarme una nieve de wamischi, guamiche o guamischi. La nieve de guamiche es de color blanco muy pálido, muy similar al de la nieve de limón, pero tiene cientos de pequeñas semillitas negras que son parte del fruto, su sabor es fresco y un poco ácido.
Después de probarla, me entró la duda acerca del producto que es el ingrediente principal de esta nieve y que da nombre a la misma. El guamiche, guamischi o wamishi es el fruto de la especie de biznaga, la Ferocactus histrix, conocida simplemente como biznaga y que habita en los estados del centro del país.
Lo anterior me hizo recordar otro producto derivado de otra biznaga que tiene gran sabor y es un producto de consumo regular en San Luis Potosí y en Coahuila, donde yo lo probé. Hace ya unos años durante una temporada se intentó introducir como producto gourmet en ciertos supermercados de la Ciudad de México, se trata de los botones de la flor de la biznaga conocida como Biznaga Barril de Lima y cuyo nombre científico es Ferocactus pilosus. Los cabuches cocinados como un vegetal y también preservados en salmuera tienen un sabor delicioso y similar al de la alcachofa y al esparrago. Esta biznaga es fácil de encontrar en los estados del norte centro del país.
Alrededor de la Ciudad de México hay un país de gran territorio, variedad de climas y ecosistemas lleno de sabores y platillos deliciosos, otros no tanto, con los que deleitarnos.

Armando Enríquez Vázquez

lunes, 6 de marzo de 2017

El frotímetro.




A finales de la década de los ochenta trabajé como productor en el desaparecido Instituto Nacional del Consumidor (INCO). Una de las labores del Instituto era dar conocer la calidad de todos los productos de consumo posible. El Instituto diseñaba pruebas para cada producto, contaba para ello con un laboratorio en la lateral del Periférico a la altura de San Jerónimo.
En ese laboratorio trabajaban investigadores e ingenieros con mentes brillantes y las más de las veces un tanto cuanto distorsionadas. El laboratorio tenía dos áreas. Una para los productos comestibles, donde se buscaba la pureza del producto, si estaba contaminado por bacterias, hongos, metales extraños como plomo o mercurio en el caso del atún, o simplemente de mierda, en el caso del agua potable y los lácteos. Se verificaba que la información del peso neto y el peso drenado concordara con lo que especificaba la etiqueta. Pruebas rutinarias y lógicas para todo aquello que nos vamos a comer y de las cuales me quedó la costumbre de leer las etiquetas en el supermercado por lo que ahora me alimento de frutas, verduras y carne de las que no me puedo enterar como me envenenan y por lo tanto aun disfruto.
En el otro laboratorio el espíritu era mucho más inquieto, por llamarlo de alguna manera, más creativo y tal vez podríamos llamarlo un poco obsesivo. En ese laboratorio se realizaban las pruebas a productos que no eran comestibles, como escusados, videograbadoras o gomas de borrar para los estudiantes, juguetes en la temporada navideña y uniformes escolares en las semanas previas a la entrada a clases.
De este grupo de sagaces ingenieros, siempre llamó mi atención su compulsión destructiva. Todo aquello que estudiaban, sin importar si se trataba de un diccionario, había que abrirlo y cerrarlo hasta que finalmente se deshojara. Mientras unas marcas resistían sólo una abierta y cerrada, otras podían hacer que el ingeniero en turno desarrollara los bíceps de Charles Atlas. Qué si de una plancha, dejarla caer de cierta altura para ver hasta cuando se desarmaba. La prueba era obligatoria se tratara de focos, videocaseteras o pilas alcalinas, había que saber cuándo y cómo se rompían. Y la mirada de los ingenieros al lograr su objetivo no era de satisfacción, si no un poco perturbadora.
Sin duda el más curioso de los estudios de calidad que durante esos años que laboré en el INCO, se llevó a cabo en sus laboratorios, fue el realizado a las marcas de condones. A finales de la década de los ochenta y principios de los noventa, el SIDA era todavía uno de los grandes misterios de la ciencia y por lo tanto en una sociedad puritana y persignada como lo es la nuestra, el perfecto nido para una infinidad de mitos y leyendas urbanas, que se acumulaban día a día. La discusión sobre las ventajas en el uso del condón comenzaba  a generalizarse a pesar de la mirada aterrada de curas pederastas, procreadores de bastardos a lo largo y ancho de una nación que renegaba de los “preservativos” que era la manera educada y cortés que teníamos los mexicanos para llamar al condón.
Y haciendo un aparte, aquí habría que decir que esos eufemismos tan mexicanos como el de preservativo, nunca se me han hecho lógicos. ¿Preservativo? ¿Qué preserva? ¿El semén, perdón la semilla?, ¿De qué? ¿Para qué? ¿O se refiere a la gracia de la doncella que de otra forma podría terminar en estado inconveniente y mancillar la honra de su familia? ¿O protegía al fiel esposo de alguna enfermedad venérea que lo delataría como amante de los prostíbulos y las pu…, perdón enfermedad impronunciable, casas de dudosa reputación, señoritas de la mala vida?  En realidad era de todo a la vez, que es para lo que se sigue usando, pero gracias al Sida podemos llamar al pan, pan, al coño, coño y al condón, condón hasta podemos presumirlos y recomendar las marcas.
Las pruebas diseñadas para probar los condones eran de alto grado de sofisticación, que delataban cuestionamientos filosóficos y éticos sobre el mejor uso y aprovechamiento del condón, al menos ese hubiera sido un buen eufemismo para definir el estudio ante los mojigatos, aunque sencillamente creo eran pruebas nacidas del ocio, qué es la madre de todos los debrayes y las horas libres que los ingenieros dedicaban a ver películas pornográficas.



Entre las ingeniosas pruebas diseñadas para el estudio, que incluían el meter el condón a un horno a más de 400°C para ver en cuanto tiempo comenzaba a deformarse y perder sus características físicas, por aquello de los ardientes amantes. Claro que a esa temperatura el pene y la vagina también pierden sus características físicas, y de las cenizas resultantes, polvo enamorado, diría Quevedo, resultaría muy difícil distinguir entre la vagina, el pene y condón que fue incapaz de proteger a los amantes de su ardor.
Otra de las agudas pruebas a las que se sometió a los condones fue la de la capacidad de líquido que puede contener un condón, a los cuales se les aplicaban hasta cuatro litros de agua. No quiero especular nada porque no sé si estos sesudos ingenieros, tal vez un poco nerds, podían diferenciar entre la vejiga y los testículos, los fluidos que producen y las cantidades de los mismos.
Pero, sin lugar a duda la más ingeniosa y distorsionada de las pruebas era la que utilizaba un aparato diseñado específicamente para estas pruebas llamado el frotímetro.
El frotímetro se componía de un consolador de metal sobre el que se colocaba el condón y entonces se hacía penetrar a través de un aro a una velocidad constante hasta que el condón se reventara.  Claro se podía variar la velocidad de penetración y el material de recubría al aro para poder dejar volar la imaginación en materia de diferentes encuentros sexuales. Puedo imaginar a los ingenieros rodeando el frotímetro con sus tablas de observaciones en las manos y la mente perdida en algún lugar de sus fantasías o perversiones. Algunos condones resistieron horas en el aparato, lo cual debió convencer a estos técnicos que las fornicaciones de hora y media que veían en sus videos eran más que ciertas.
Todos estos experimentos diseñados por los Ingenieros del INCO parecían haber sido fruto de cualquier cantidad de leyendas urbanas o de las bromas a los nerds del salón. Y no dudo que en algún cajón de un técnico se encontrara una versión del frotímetro que reprodujera las condiciones de una vagina dentata.
El tratado de Libre Comercio aun no estaba en vigor y las marcas más comerciales de condones como Trojan o Durex no eran fáciles de encontrar el mercado, por lo que al parecer existía una gran industria nacional dedicada a la fabricación de condones. Entonces descubrí que entre las marcas analizadas había una que combinaba dos de las pasiones más enclavadas en el subconsciente del mexicano; sexo y futbol. La marca se llamaba Gol. Síntesis de su deporte favorito y la esperanza de que el condón no funcionara y el individuo pudiera presumir ser padre. Únicamente faltaban a ese condón el saborizante a gordita de chicharrón con harta salsa verde y una imagen de la virgen de Guadalupe que permitió el milagro de embarazar a la chica a pesar del implemento de látex.
Desgraciadamente las mentes puritanas y estrechas de los directivos del INCO decidieron que la labor y el esfuerzo de los ingenieros se guardaran en un cajón. El estudio no fue publicado ni en la revista del consumidor, ni tuve el deleite de hacer uno de los primeros experimentos del tecno porno para la televisión abierta del país.
Muchos años después, yo ya en otras tareas televisivas, me enteré de que el estudio se había actualizado y publicado en la revista. Nunca supe si alcanzó las pantallas chicas de los hogares mexicanos. Pero hace poco en un momento de inusual abulia nocturna, prendí la televisión, cosa más inusual aún y pude ver un comercial de condones. La imagen no dejaba nada a la imaginación;  un condón inflado como globo y un aparato similar a una lija circular o esmeril tallando el condón que rebotaba en la superficie de la piedra. Un frotímetro del siglo XXI.  
Al parecer alguno de los ingenieros del INCO pudo llevar sus sueños y fantasías más allá del sector público y pudo conseguir mucho más que aquel censurado programa de televisión.

Armando Enríquez Vázquez

Una primera versión de este texto se publicó en el portal palabrasmalditas.net
imágenes: durex.com
                  trojan.com