En las lluviosas mañanas de este junio, cuando pasó caminado
por una esquina y me uno a aquellos quienes a vuelo de pájaro intentan informarse
de las noticias del día anterior; noticias de todos colores, además de
aprovechar una miradita lasciva a la multitud de cuerpos semidesnudos de
desconocidas, por muchos conocidas, lo hago más con ese espíritu de una vieja
costumbre pavloviana que aprendí desde mi infancia al estar frente a un puesto
de periódico, que por la necesidad de estar informado.
Mi abuelo paterno, todos los domingos llevaba a mi abuela a
misa por la mañana. Mientras ella rezaba dentro de la iglesia, mi abuelo leía
el periódico sentado al volante del carro. Mi hermano Gonzalo y yo en el
asiento trasero leíamos comics del pato Donald, La pequeña Lulú, Pepita y
Lorenzo, el conejo Serapio, que era Bugs Bunny, Andy Panda y el Pájaro Loco
entre otros, que mi abuelo nos había comprado en el puesto de periódicos antes
de llegar a la Iglesia. Era un rito familiar; mi abuela a la iglesia, los
hombres a cosas que no tenían que ver con ella. La única vez que me interesó la
iglesia en aquellos días, fue porque en el transcurso de esa semana había leído
en el periódico en casa, como en el interior del templo frente al que mi abuelo se estacionaba
todos los domingos, a manera de escolta laico de mi abuela, se había suicidado
una persona al estilo bonzo. Esa vez mi abuela se opuso a que entrara al templo. Una semana después los rezos de la abuela trasladaron
a otra Iglesia.
Unos años después, los sábados por la mañana tenía que caminar
al puesto de periódicos cercano a mi casa para comprarle el periódico a mi
papá. Ahí me detenía por un momento, con avidez recorría los títulos de las
aventuras en forma de comic; Joyas de la
Mitología y otros similares que no eran de los superhéroes norteamericanos
hoy tan valuados. Para eso estaba la televisión. Estaban también los fascículos
coleccionables de animales salvajes, de las editoriales sólo recuerdo que una
de ellas era Salvat. Los fascículos
salían a la venta cada semana y después de miles de años de compras semanales, cuando
ya, algunas de las especies mostradas en sus páginas habían pasado a la
categoría de extintas, uno, finalmente, podía formar los trece tomos de una
enciclopedia, recuerdo que había otra de deportes, con disciplinas tan
practicadas y tan seguidas en nuestro país como la esgrima, el polo o el
curling.
La revista Duda,
cuyo lema era Lo increíble es la verdad, o algo por el
estilo. Fue mi primer acercamiento a la ciencia ficción de platillos voladores,
extraterrestres y seres extraordinarios. Era una versión de esas revistas que
hoy pomposamente se llaman Muy
Interesante o Quo, sin la pedantería de creerse información confiable. Todo lo
que se publicó en Duda, era verdad
por el simple hecho de estar publicado en sus páginas; La oquedad de La Tierra,
los viajes interplanetarios, las abducciones, los monstruos en lagos, lagunas y
charquitos, y sin embargo con el pasar de los años al parecer Duda resultó ser más seria y contener
más verdades que El Excélsior de
Regino Díaz o El Nacional. Duda era, orgullosamente nacional.
También entonces con el tiempo de mi lado, descubrí el
placer, culposo dicen hoy, en aquella época se llamaba simplemente morbo, de
ver los titulares del Alarma. Cuerpos
mutilados, vísceras en las banquetas, infantes con malformaciones abyectas,
criminales de caras siniestras y siempre golpeadas, charcos de sangre y cuchillos
manchados. Nada que hoy no podamos ver en la televisión en horario familiar. En esos días, las revistas de ese tipo no
estaban permitidas en las casas de “La
gente decente”, que había estudiado, a lo mejor en las peluquerías, sí. Hoy se ven cosas más pornográficas en todos lados,
como las revistas de chismes de la farándula.
Pasaron los años y entonces aparecieron, o mejor dicho ya
estaban, ocultas a mi vista y mis intereses infantiles, las revistas porno; el Interviú, el Caballero que ofrecían las curvas y turgencias de los cuerpos
femeninos y otras con nombres menos prestigiosos que ofrecían menos velos y más
carne a la vista del “lector”. Esas que metí entre el colchón y la base de mi
cama, para los momentos en que las hormonas adolescentes no me dejaban dormir.
También, en los puestos de periódicos, vendían otros cuerpos más cubiertos en
forma de poster como el de Farrah Fawcett que estaba en la puerta de mi cuarto.
Con el tiempo aparecieron nuevos periódicos adornando los
puestos de periódicos; el Uno más uno
y unos años después La Jornada. Los
primeros diarios en proponer formatos de tabloide al lector y no andar con las
mil y estorbosas secciones de dos metros de anchos que ni los brazos alcanzaban
para abrirlas y que se leían compartidas en metro, camión y barras de
restaurantes. Para cambiar la página había que cerciorarse primero si la
persona de al lado ya había terminado de leer. Desaparecieron otros como el Novedades y El Nacional, éste último era
el diario oficial del gobierno, como si la censura y las coerciones existentes
entonces hicieran necesario un periódico del gobierno.
Los fascículos comenzaron a ser reemplazados primero por
libros, extraordinarias y a veces sui
generis colecciones de literatura latinoamericana, de libros de historia,
de filosofía, con los años aparecieron los dvd’s y cd, en el puesto de la
esquina. Colecciones de ópera, ballet, los grandes de la música clásica en los
puestos de periódicos de un país que difícilmente se aleja de sus mariachis y
sus malos melodramas televisivos. Estampas de los álbumes Panini de los mundiales de futbol. Llegaron las crisis disfrazadas
de la primera década del siglo XXI y más de un puesto de periódicos se
convirtió en una versión entre el Oxxo más cercano y la tienda de la cuadra. Y
cómo los chilangos hemos perdido la imaginación y la creatividad a fuerza de
abstractas lecciones de economía y las impredecibles variaciones entre los
grados de contaminación, la radiación solar y los encharcamientos como lagos, hoy
los puestos de revistas y periódicos ofrecen junto a los ansiados, deseados cuerpos
semidesnudos, periódicos que difícilmente se venden, con tantos otros que se
regalan y cumplen las funciones básicas de medio informar con la ventaja de no
costar. A revistas de chismes baratos, libros, DVD, se ofrecen cientos de
publicaciones de cocina. Desde las atractivas; Moles de México, La cocina
estado por estado, hasta aquellas que con sólo verlas se pregunta uno si
alguien realmente las puede necesitar para cocinar: La Revista de los Jugos, Como preparar Gelatinas, Hervir el agua en
tres fáciles lecciones. Claro, me imagino que después de leer el TV Novelas y otras similares hay que reaprender
hasta como se exprimen las naranjas.
Los puestos de periódicos ahí están, repetidos, a lo largo y
ancho de la ciudad, en todas las colonias, en cada esquina a veces, al inicio y
al final de la misma cuadra como exceso, compitiendo contra todos los demás,
cualesquiera que sea el giro que tengan que sus competidores; estanquillo,
tienda departamental, tienda comercial. Los puesteros alegres y taciturnos
atienden a su clientela, hoy en la mayoría hasta cigarros sueltos, usb, audífonos y tarjetas para cámaras fotográficas le venden a
uno. Los puestos de periódicos; una estrella más de los Ciudad de los Palacios.
Armando Enríquez Vázquez
Una primera versión de este texto se publicó en el portal palabrasmalditas.net
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