sábado, 3 de marzo de 2018

Pan y café en Iztacalco.



Por razones que no vienen al caso en esta ocasión hace unas semanas tuve que pasar parte de la mañana del domingo en una zona de la Ciudad que es para mi totalmente desconocida, la Delegación Iztacalco, próxima alcaldía con el mismo nombre, en específico en la zona de las colonias Reforma Iztaccihuatl Norte y Sur, en los límites de la Delegación con la Delegación Benito Juárez.
Siempre me ha resultado interesante y enigmático como una calle, en especial una avenida puede marcar una diferencia entre dos zonas de la misma colonia, o de dos colonias, siempre hay una que se ve y esta mucho mejor que la otra. Así sucede con la avenida Andrés Molina Enríquez al dividir la colonia Reforma Iztaccihuatl en Norte y Sur. La parte norte se ve mejor en todo que la sur.
Incluso a una cuadra de Andrés Molina Enríquez a la altura de playa Erizo, hay un parquecito lleno de aparatos para hacer ejercicio, resbaladillas, mesitas, columpios y bancas para los visitantes. El parque lleva el nombre de Mariano Matamoros quien no se sí gustaba de vacacionar en algún lugar llamado Playa Erizo, o porque la calle lleva un nombre tan sugestivo, pues a sólo un par de cuadras al sur en la colonia del otro lado de la avenida se encuentra al menos uno de esos altares que se conocen como punto de venta para los narcomenudistas. Mientras que al centro del Parque Mariano Matamoros se encuentra una moderna central policíaca de tamaño ideal para dar servicio a la colonia y con una mucho mejor estética y comodidad para los policías que las horribles torres blancas que abundan por toda la Ciudad y muchas veces únicamente sirven de refugio y escusado para los indigentes de la metrópoli.
Pero más allá de la comparación clasista y racista, una vez que llegué al parque Matamoros me senté en una banca resignado a mi espera, la gente llegaba al parque en esa costumbre tan millenial de pasear, entrenar y platicar con sus perros. Perros de todas las razas que delata quienes viven en departamento y quienes en casa. Perros que con cansancio miran a sus entusiastas y solos dueños.
Pero también había un par de niños que jugaban en la gran cantidad de juegos. Como si en esa zona de la Delegación Iztacalco, existieran más juegos y perros por metro cuadrado que niños.
De pronto apareció una persona con la clásica bolsa café de papel estraza que delata la presencia de una panadería, así que me levanté de la banca y reinicié mi andar en dirección contraria al caminar del hombre de la bolsa de papel estraza. No estaba equivocado y al llegar a la esquina del Parque Mariano Matamoros vi en contra esquina una pared blanca que anunciaba en discretas letras “Panadería Garage”, las mesitas improvisadas y sillas de tijera de metal pintadas de blanco, como la fachada del negocio, delataban la venta de café, así que ya sin importar el asunto del pan me encaminé a la panadería con la mira en tomar café y concluir la espera en una de esas mesitas sobre la acera de la Playa Erizo. La panadería como su nombre lo dice ocupa lo que alguna vez fue el estacionamiento del pequeño edificio en el que se ubica y la puerta de la cocina a la acera es la puerta autentica de un garaje modificada, al interior de la panadería que exhibe sus creaciones de panadería dulce en estantes que dan a las ventanas, también hay mesitas con sillas, lo que significa que el lugar goza de cierta fama, o al menos eso esperan los dueños, pero por ser domingo en la mañana los clientes que entraron a comprar pan y se fueron, el único sentado tomando café era yo.
La sorpresa fue no sólo encontrar un café bastante decente, si no un extraordinario pan artesanal, una enorme galleta cuadrada cubierta de almendra fileteada y un pequeño, pero sustancioso, cuernito relleno de higo acompañaron mi café y mi lectura.
Además del ir y venir dominical de la gente en una colonia popular, la cantidad de árboles en la zona a diferencia de la enorme paca de asfalto y cemento de la colonia “de enfrente” llenaba el aire con el canto de diferentes aves, desde el espectacular canto del zanate al agudo piar de los gorriones y otros cantos que me resultaron desconocidos pero que eran claros y sonoros.



El hecho de que fuera domingo por la mañana anuló la posibilidad del grito del vendedor de gas, la campana de la basura, el motor de los camiones de reparto y los claxonazos de todos aquellos que saliendo tarde de casa pretenden llegar temprano a su trabajo, como si en lugar de un auto tuvieran un helicóptero.
La calidad del pan y la banda sonora que acompañó mi lectura me invitan a regresar un día a la calle de Playa Erizo y a la Panaderia Garage.


Armando Enríquez Vázquez