Por razones que no vienen al caso en esta ocasión hace unas
semanas tuve que pasar parte de la mañana del domingo en una zona de la Ciudad
que es para mi totalmente desconocida, la Delegación Iztacalco, próxima
alcaldía con el mismo nombre, en específico en la zona de las colonias Reforma
Iztaccihuatl Norte y Sur, en los límites de la Delegación con la Delegación
Benito Juárez.
Siempre me ha resultado interesante y enigmático como una
calle, en especial una avenida puede marcar una diferencia entre dos zonas de
la misma colonia, o de dos colonias, siempre hay una que se ve y esta mucho
mejor que la otra. Así sucede con la avenida Andrés Molina Enríquez al dividir
la colonia Reforma Iztaccihuatl en Norte y Sur. La parte norte se ve mejor en
todo que la sur.
Incluso a una cuadra de Andrés Molina Enríquez a la altura
de playa Erizo, hay un parquecito lleno de aparatos para hacer ejercicio, resbaladillas,
mesitas, columpios y bancas para los visitantes. El parque lleva el nombre de
Mariano Matamoros quien no se sí gustaba de vacacionar en algún lugar llamado
Playa Erizo, o porque la calle lleva un nombre tan sugestivo, pues a sólo un
par de cuadras al sur en la colonia del otro lado de la avenida se encuentra al
menos uno de esos altares que se conocen como punto de venta para los
narcomenudistas. Mientras que al centro del Parque Mariano Matamoros se
encuentra una moderna central policíaca de tamaño ideal para dar servicio a la
colonia y con una mucho mejor estética y comodidad para los policías que las
horribles torres blancas que abundan por toda la Ciudad y muchas veces únicamente
sirven de refugio y escusado para los indigentes de la metrópoli.
Pero más allá de la comparación clasista y racista, una vez
que llegué al parque Matamoros me senté en una banca resignado a mi espera, la
gente llegaba al parque en esa costumbre tan millenial de pasear, entrenar y
platicar con sus perros. Perros de todas las razas que delata quienes viven en
departamento y quienes en casa. Perros que con cansancio miran a sus entusiastas
y solos dueños.
Pero también había un par de niños que jugaban en la gran
cantidad de juegos. Como si en esa zona de la Delegación Iztacalco, existieran
más juegos y perros por metro cuadrado que niños.
De pronto apareció una persona con la clásica bolsa café de
papel estraza que delata la presencia de una panadería, así que me levanté de
la banca y reinicié mi andar en dirección contraria al caminar del hombre de la
bolsa de papel estraza. No estaba equivocado y al llegar a la esquina del
Parque Mariano Matamoros vi en contra esquina una pared blanca que anunciaba en
discretas letras “Panadería Garage”, las mesitas improvisadas y sillas de
tijera de metal pintadas de blanco, como la fachada del negocio, delataban la
venta de café, así que ya sin importar el asunto del pan me encaminé a la
panadería con la mira en tomar café y concluir la espera en una de esas mesitas
sobre la acera de la Playa Erizo. La panadería como su nombre lo dice ocupa lo
que alguna vez fue el estacionamiento del pequeño edificio en el que se ubica y
la puerta de la cocina a la acera es la puerta autentica de un garaje modificada,
al interior de la panadería que exhibe sus creaciones de panadería dulce en
estantes que dan a las ventanas, también hay mesitas con sillas, lo que
significa que el lugar goza de cierta fama, o al menos eso esperan los dueños,
pero por ser domingo en la mañana los clientes que entraron a comprar pan y se
fueron, el único sentado tomando café era yo.
La sorpresa fue no sólo encontrar un café bastante decente,
si no un extraordinario pan artesanal, una enorme galleta cuadrada cubierta de
almendra fileteada y un pequeño, pero sustancioso, cuernito relleno de higo
acompañaron mi café y mi lectura.
Además del ir y venir dominical de la gente en una colonia
popular, la cantidad de árboles en la zona a diferencia de la enorme paca de
asfalto y cemento de la colonia “de enfrente” llenaba el aire con el canto de
diferentes aves, desde el espectacular canto del zanate al agudo piar de los
gorriones y otros cantos que me resultaron desconocidos pero que eran claros y
sonoros.
El hecho de que fuera domingo por la mañana anuló la
posibilidad del grito del vendedor de gas, la campana de la basura, el motor de
los camiones de reparto y los claxonazos de todos aquellos que saliendo tarde
de casa pretenden llegar temprano a su trabajo, como si en lugar de un auto
tuvieran un helicóptero.
La
calidad del pan y la banda sonora que acompañó mi lectura me invitan a regresar
un día a la calle de Playa Erizo y a la Panaderia Garage.Armando Enríquez Vázquez